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Una vez, en el desierto

Actualizado: 17 jun


En aquella vez, cuando no me quería enamorar, insististe en sonreír y abrumaste mi supuesta paz, con miedo y decisión, te amaría como no lo imagine.

No tenía planes, metas ni historias bonitas, pero la estela de tu cuerpo contigo me llevó, pues llenaste el vacío que en mi corazón reclamaba.

Y te amé, te amé con sinceridad, con locura sin sensatez, tanto te amé que el banquillo de la espera tu aroma dulce lo escondió para que un novenario después, una hermosa flor, la luz del día conociera. Una blanca Lyla, robando algunas madrugadas para ella, aprendí una forma diferente de amar.  Hoy, mi vida es un jardín, jardín que no pedí, pero al igual que tú llegaron para demostrarme que nadie soy sin el brillo de sus pétalos, ni el color de sus flores que fragantes y sonrientes son, cuando felices están.

Hoy, el fuego del invierno espina mis pies, el terror del infierno, cual lamidas bestiales, mi cuerpo, tambalear intenta, no pienso desistir.

Mirarlos jugar reír y ser felices, mi alma concibe un poco de vida otra vez, razón suficiente para reafirmar y combatir el invierno en el infierno. No importa el tiempo, el lugar o la distancia, aprenderé a vivirlo, pero nunca cambiaré tu sonrisa y su inocencia al correr felices entre la libertar de ser amados.

Y si el amor toca tu puerta otra vez y brillen tus ojos enamorada, hasta de la vida, sonriendo nervioso sabré, que nada más te falta. En cuanto que mi jardín de Lylas Kikis y Yiams, el cerco de mi presencia siempre tendrán. Sus raíces jamás tendrán sed.


 
 
 

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